Mi nombre es Arcadio Sánchez, soy profesor de Historia.

Mi padre también se llamaba Arcadio Sánchez, y murió el 23 de marzo de 2020, tras más de 4 años de duro combate contra la leucemia.

No podría describir el agradecimiento que sentimos mi familia y yo hacia todas las personas que, durante aquellos años, alargaron la vida de mi padre, dándole desinteresadamente una parte de si mismos, en forma de sangre y plaquetas. Aquel tiempo extra permitió que viera crecer a sus nietos, y particularmente, le dio a mi hijo mayor la oportunidad de conservar memoria de su yayo.

Recuerdo lo duro que resultaba llegar a la sala de transfusión del hospital, el impacto emocional de ver a aquellos hombres y mujeres resistiendo con todas sus fuerzas, el arduo y fantástico trabajo de acompañamiento del personal del servicio, pero también la sensación de saber que estar allí, que podía recibir aquella sangre generosa, le daría al menos un tiempo más de vida para poder estar con nosotros. Y todo, de nuevo, gracias a cientos, miles de donantes.

Yo ya era donante antes de la enfermedad de mi padre, realmente no había una razón exacta de por qué lo hacía. Porque era solidario supongo que sería lo que más se acercaba a una explicación.

Ahora lo hago por convicción, porque creo en la necesidad, por compromiso, porque salva vidas, por agradecimiento, porque se lo debo a toda la gente que alguna vez lo ha hecho, y porque quiero pensar que alguna vez, alguna gota de mi sangre o de mi plasma, ayudará a alguna de las personas, o de sus familiares o amigos, que ayudaron a alargar la vida de mi padre.