Hoy quiero ocupar este rincón con algo diferente y hablar de un poeta peruano que me sorprendió con su libro (poemario) “El huso de la palabra” en el que aparece un poema que está muy relacionado con nuestra actividad diaria. Esta es su vida… y su testimonio.

José Watanabe Varas (Trujillo, marzo de 1945 – Lima, abril de 2007) fue un reconocido poeta peruano. Nacido en Laredo, un pequeño pueblo al este de Trujillo. Su madre fue Paula Varas Soto, peruana, y su padre Harumi Watanabe Kawano, japonés, de quien cuenta que aprendió el arte del haiku (tiene su raíz etimológica en la lengua japonesa. El concepto alude a una composición poética que consta de tres versos: el primero de cinco sílabas, el segundo de siete sílabas y el último verso, de cinco sílabas. Se trata de un tipo de poesía oriundo de Japón).

Watanabe tuvo una infancia muy pobre, sus padres trabajaban como campesinos en una hacienda azucarera al norte del país hasta que el destino les jugó una buena pasada: ganaron la lotería de Lima y Callao y viajaron a Trujillo, la capital de la provincia. Luego José migró hacia Lima para seguir estudios superiores, pero el recuerdo de Laredo quedaría siempre en su memoria, por lo cual muchos de sus poemas se ubican espacialmente ahí, un Laredo que hoy sólo existe, con sus cuatro calles, en el imaginario creado por el poeta.

En Lima estudió los primeros años de la carrera de Arquitectura en la Universidad Nacional Federico Villareal en la pero la abandonó después de casi dos años. Su formación fue esencialmente autodidacta y no sólo se desarrolló como poeta sino también como guionista de cine y documentales, estuvo muy involucrado en el medio televisivo e hizo una adaptación de Antígona de Sófocles para el grupo de teatro Yuyachkani.

Trayectoria. José Watanabe y la generación del 70. Watanabe es una de las voces más propias entre los poetas peruanos del 70, una generación caracterizada por sus experimentos con el coloquialismo, su ruptura con la tradición poética peruana anterior a ellos, y su radicalismo ideológico. También fue una generación gregaria, en la cual, en su primera fase, primaron más los grupos que las individualidades. El grupo más activo y beligerante fue Hora Zero, pródigo en manifiestos, recitales y publicación de revistas mimeografiadas. En esta etapa, con Watanabe destacaron otros poetas como Abelardo Sánchez León, Enrique Verástegui, María Emilia Cornejo, Jorge Pimentel, Juan Ramírez Ruíz y Vladimir Herrera. En una fase posterior, que trascendió a los grupos y se volcó más al formalismo, la generación de poetas peruanos del 70 dio admirables frutos con las obras de Luis Alberto Castillo, Luis La Hoz, Juan Carlos Lázaro, Carlos López Degregori y Mario Montalbetti. Watanabe, sin ser considerado integrante de alguno de estos círculos literarios, compartió mucho de su juventud con su generación, especialmente los vinculados a la revista Estación Reunida (Tulio Mora, Oscar Málaga, Elqui Burgos, etc.). Su literatura se mantuvo independiente de todo el trajín político que afectaba a su país, lo cual se hace evidente en su poesía. En ella, las preocupaciones de la época si aparecen, pasan inadvertidas. Es más bien producto y gracias a sus vivencias e íntima forma de escribir que gana en 1970 el primer premio del concurso Poeta Joven del Perú con el poemario Álbum de familia (compartido con Después de caminar cierto tiempo hacia el este de Antonio Cilloniz).

Watanabe dentro de la poesía peruana. Pero nuestro autor no solo es heredero oriental de este laconismo contemplativo sino también cabe resaltar una tradición hispana en el uso de la palabra y en su humor criollo, que nos puede sorprender para lograr una sonrisa desprevenida con una de sus palabras que desmitifican al cuerpo del tabú y que rompen con el tono solemne, como en El baño “si yo hubiera tenido tetas / serían / como las tuyas” o como en Canción “Pichi de mujer / no es pichi de hombre”.

Sus poemas no pueden ser considerados haikus, aunque su efecto sea parecido. Sino que son más bien parábolas, breves narraciones que alegorizan situaciones humanas en las que cualquiera puede reconocerse y que trabajan muy bien el clásico tópico del carpe diem.

De entre todos sus muchos poemarios publicados hay uno “El huso de la palabra” (Lima, 1989) que recoge, en mi opinión, de forma directa y sencilla nuestro entorno, el de la donación/transfusión; por ese motivo lo he traído a Testimonios, para poder compartirlo con quien de vosotros me quiera leer. Dice así …

“Una delgada columna de sangre desciende desde una bolsa de polietileno hasta la vena mayor de mi mano. ¿Qué otro corazón la impulsaba antes, qué otro corazón más vigoroso y espléndido que el mío, lento y trémulo? Esta sangre que me reconforta es anónima. Puede ser de cualquiera. Yo voy (o iba) para ser misántropo y no quiero una deuda sospechada en todos los hombres. ¿Cuál es el nombre de mi dador? A ese solo y preciso hombre le debo agradecimiento. Sin embargo, la sangre que está entrando en mi cuerpo me corrige. Habla, sin retórica, de una fraternidad más vasta. Dice que viene de parte de todos, que la reciba como un envío de la especie”.