Confieso que no recuerdo la primera vez que doné sangre. Sí puedo asegurar que durante mis estudios de Medicina decidí donar todos los órganos. Lo entendí como algo absolutamente lógico, No concebía el despropósito de aceptar que la calidad de vida de un ser humano se viera severamente afectada por no disponer de algo que otros, llegado el momento, ya no necesitamos. Me parecía absurdo desperdiciar algo que podía salvar no una, sino varias vidas. Aún conservo el “carnet” de donación de órganos como un recuerdo entrañable y durante años lo llevé en la cartera con orgullo. Ha llovido mucho desde entonces.
Las donaciones de sangre vinieron después. Soy médico, especialista en Digestivo y en mi ejercicio he atendido cientos de pacientes con hemorragias. Soy testigo de que la sangre salva vidas, del milagro de la recuperación tras una transfusión. Me formé en un hospital donde cuando se transfundía a un paciente, se sensibilizaba a sus familiares y acompañantes sobre el gesto altruista de la donación. Era el momento más sensible, en el que uno se conciencia de la importancia que tiene un gesto tan sencillo y tan valioso al mismo tiempo y se plantea cómo se abastecen los bancos de sangre.
Supongo que fué ahí donde comencé a donar sangre, surgió espontáneamente. Cómo describir lo que sientes?. Ni siquiera te planteas que es algo heroico, sino natural, más bien un deber social. Un agradecimiento a la vida por tener salud para poder hacerlo. Una sensación del deber cumplido. Un acercamiento a las personas que la necesitan aunque nunca llegues a ponerles cara…o en mi caso quizá sí.. qué más da?. En definitiva, el placer de ser mejor ciudadana y de contribuir a los valores de esta sociedad.
Años más tarde tuve la fortuna dedicarme a la gestión sanitaria y la oportunidad de conocer el funcionamiento del Centro de Transfusión. Los avances de la ciencia, la profesionalidad de su personal y sobre todo la vocación con la que ejercen velando porque, en todo momento, se disponga de sangre y sus derivados, me confirmó su excelente reputación.
Los donantes facilitamos la materia prima, pero son los “duendes” del Centro de Transfusión quienes hacen posible que ésta llegue a las personas con los máximos estándares de calidad.
Ahora cuando pido una transfusión para mis pacientes, lo hago con la certeza de que podemos confiar en su seguridad y que modestamente formo parte del gran equipo de miles de personas anónimas que garantizamos su abastecimiento. Sigue emocionándome pensar que pese a lo que uno pueda pensar, vivimos en una sociedad generosa y solidaria. En definitiva, me reconforta seguir donando y formar parte de la gran familia de donantes.
Ojalá mi testimonio, y el de tantos otros, sea útil para convencer a futuros donantes y poder compartir con ellos la satisfacción indescriptible de cada donación.