Con T de testimonio, quiero aportar unas breves reflexiones sobre el tema que ocupa esta web, deseando que pronto vea la luz como reconocimiento y difusión de la inestimable labor que a diario realizan los donantes de órganos en general y de sangre en particular.
Desafortunadamente dos impertinentes neoplasias, hoy por hoy ya superadas, que irrumpieron hace años en mi vida, “me impiden en contra de mi voluntad”, pertenecer a este gran colectivo que forman los donantes. Retirado de mi ejercicio profesional como facultativo, acariciando ya el crepúsculo de mi vida y recordando vivencias, valoro muy positivamente al haber podido ver tan de cerca, aunque desde el otro lado de la barrera, el final del camino de ese raudal de generosas gotas de vida que tan desinteresadamente aportan los donantes de sangre.
Tras cumplir más de 50 años de mi vida profesional trabajando como Médico Anestesiólogo y pasar muchas horas en quirófano, durante esta etapa de mi vida he tenido que hacer frente a muchas situaciones críticas en las que hubo que recurrir a las necesarias transfusiones de sangre, principalmente en urgencias y en grandes cirugías. Garantizar en los momentos de emergencia la comunión y sintonía entre los equipos quirúrgico y anestésico no es un tópico, es una realidad. Una mirada de complicidad ante una situación grave lo dice todo. Aquí no hay debate. Sólo con la mirada, se advierte la severidad de la situación y rápidamente se toma la decisión. Ambiente de preocupación. “Hay que transfundir”. Acción.
Con diligencia, procedente del Banco de Sangre aparece un ángel, portador de una o varias “bolsas” de ese preciado líquido rojizo que a veces a muchos asusta y que contienen además, altas dosis de altruismo, solidaridad, anonimato, cariño, esperanza y que en muchas ocasiones va a salvar vidas. Doy fe.
Pruebas cruzadas de compatibilidad donante-receptor y adelante. Se pone en marcha el procedimiento transfusional.
Los efectos no se hacen esperar.
Como Anestesiólogo y sin entrar en detalles técnicos, desde mi ubicación a la cabecera del enfermo, pendiente de los monitores, veo que durante la transfusión, algo bueno está pasando. Ya se pueden valorar los efectos. Los vasos sanguíneos del paciente se rellenan, se expanden, la saturación del oxígeno mejora, las constantes vitales empiezan a normalizarse, el latido cardiaco se tranquiliza, mejora el color de la piel y el hematocrito y la hemoglobina seguro que ascenderán con el tiempo. La situación está controlada. Sin pronunciar ni una sola palabra, otra mirada de complicidad. Se aprecia ya alivio en el ambiente de quirófano. Ese cuerpo, hace poco necesitado de sangre, cuerpo inerte, insensible, sumido en un sueño químico controlado, empieza inconscientemente a agradecer la llegada de la necesaria transfusión de ese líquido rojizo de procedencia anónima, conteniendo una intangible alta dosis de altruismo, solidaridad, cariño y con la esperanza de que una vez más va a salvar otra vida.
Yo a la cabecera del paciente, también me siento transfundido y agradecido. Gracias donante anónimo.
Con T de testimonio y T de transfusión, quiero expresar mi agradecimiento a todos los donantes anónimos, porque siempre estáis ahí sin hacer ruido, por vuestro compromiso de solidaridad y ayuda, subrayando lo importantes que sois para la sociedad y con mi deseo de que nunca faltéis, porque mientras haya un donante, habrá vida.
Dr. F. Rodrigo Baeza, Médico Anestesiólogo
PD: Ah, sin olvidar los riesgos que implica una transfusión y eran tiempos en los que las medidas de seguridad y protección del paciente ante posibles efectos adversos no eran tan estrictas como en la actualidad, he de señalar que nunca he visto reacción desfavorable a una transfusión sanguínea.