Mi nombre oficial es José Ramón, pero todos me conocen por Pepe. Mi testimonio no es más importante que el de otras personas que ya han contado el suyo en ésta sección. Cuando cumplí la mayoría de edad, cumplimenté un formulario que me facilitaron en la farmacia del barrio en el que manifestaba mi decisión de ser donante de órganos (excepciones = ninguna), y con el que me expidieron un carnet de donante. Cuando comenzaron a desplazarse a mi localidad los equipos móviles para la donación de sangre, comencé a hacer donaciones siempre pensando en el bien que podría hacer yo a otras personas (nunca pensé que yo podría llegar ser una de esas personas).
Lo cierto es que ese día llegó a causa de un hecho trágico del que fui una de las víctimas a consecuencia de la profesión que ejercía en ese momento: el día 10 de mayo del año 2000 se produjo un atraco en una de las entidades bancarias de mi localidad. Uno de los empleados activó la alarma silenciosa y se recibió una llamada de teléfono en las dependencias policiales alertando del hecho e informando que el atracador podría ir armado. La entidad bancaria se hallaba a poca distancia de las dependencias policiales por lo que, junto con otros compañeros, acudimos a pie hasta la misma. El destino quiso que yo, junto con otro compañero, fuéramos los primeros en cruzarnos con una persona, un hombre de mediana edad, vestido con traje y que portaba un maletín de piel, que salía de la entidad bancaria y que se desplazaba en dirección a nosotros y que no hizo ningún gesto sospechoso al vernos al otro extremo de la calle. Todo paso muy rápido, a mi compañero le llamó la atención el aspecto de su rostro (llevaba barba postiza), por lo que le dio el alto, fue en ese momento cuando extrajo un arma y efectuó un disparo a mi compañero que iba dirigido a su pierna izquierda, vi cómo se llevaba la mano hacia la mitad del muslo y cayó al suelo (por suerte un manojo de llaves que llevaba en el bolsillo desvió la trayectoria de la bala). Yo llegué a desenfundar mi arma cuando vi que él dirigió su mirada hacia mí, pero de pronto me vi en el suelo sin saber por qué, momento que aprovechó para huir. Cuando vi que se alejaba del lugar perseguido por otros compañeros, intenté levantarme para ir en su ayuda y fue cuando me di cuenta del motivo de mi caída: uno de los disparos que efectuó el atracador hacia la zona donde yo estaba me había alcanzado en la pierna derecha a la altura de la tibia, produciendo una herida abierta, con entrada y salida, con fractura conminuta de la tibia y sección arterial lo que provocó una gran pérdida de sangre que discurría calle abajo.
Después llegaron los días de hospitalización y rehabilitación, hasta 5 operaciones me hicieron para poder salvar la pierna y pasaron cerca de 2 años hasta que pude, aunque con secuelas, retomar mi vida con normalidad. El día de los hechos recibí varias transfusiones de sangre que serían de esas personas que, como yo, habían invertido una parte de su tiempo en hacer su donación para salvar vidas, yo mismo he seguido haciendo donaciones en cuanto los facultativos, una vez pasadas las revisiones, me indicaron que podía seguir haciéndolas. Para finalizar voy a dejar una pregunta en el aire que alguna vez me he hecho: “¿cuál hubiera sido el resultado de mi caso, si no hubiera recibido ninguna transfusión al no haber existencias en el banco de sangre?”. “No hay mejor inversión que la se hace en éstos bancos”, por lo que animo a todas aquellas personas que nunca se han decidido a hacer una donación de sangre a que lo hagan y a las que las hacen, a que las sigan haciendo, “que sigan donando vida”, sin olvidar que todo ese esfuerzo voluntario y generoso por nuestra parte, es posible gracias al buen hacer del personal sanitario que tan fundamental es y que ha tenido que venir ésta pandemia para que la sociedad se diera cuenta de su valía.